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INTERÉS GENERAL | NOTICIA FECHA: 28/01/2018

Los constructores de la silla anfibia son reconocidos en el país

Son puntaltenses y desde su taller de calle Roca al 800, Gustavo DAngelo y su padre Carlos respondieron a Clarín la historia de vida que los llevó a construir la silla que permite a adultos y discapacitados a vivir el mar.

Han tenido reconocimientos locales y nacionales y con la repercusión en medios nacionales intentarán llegar a la mayor cantidad de balnearios del país.

Así conoció Clarín a Gustavo

Tenía 22 años, todavía no había empezado a trabajar, a los "ponchazos" había terminado el colegio y de un momento al otro, cuando la vida parecía recién estar comenzando, Gustavo DAngelo recibió un golpe que para cualquier otro hubiese sido un knock out.

Un accidente con su moto lo dejó con la pierna izquierda muy comprometida pero ése era apenas el inicio de la pesadilla. Fueron once años de tratamiento, internaciones, rehabilitaciones, 28 cirugías, esperanzas y decepciones. Hasta que dijo basta. Agotado del dolor, de los milagros que prometían los médicos y nunca llegaban, se hizo cargo de su drama y pidió que le amputaran la pierna.

Así arrancó la historia de este luchador que hoy le cambia la vida a cientos de personas con sus creaciones. La semana pasada una abuela de 103 años, fanática del mar, tuvo la oportunidad de volver a vibrar con las olas gracias a la silla especial que fabrica DAngelo en un taller casi olvidado de la localidad de Punta Alta, al sur de la provincia de Buenos Aires.

Las construye junto a su papá de 76 años, el ladero más fiel de Gustavo, que lo acompaña desde el inicio de un proyecto que poco a poco y con muchísimo trabajo, va creciendo.

"Estoy haciendo lo que me gusta y me tenía que pasar todo esto para hoy estar acá y tener este proyecto de vida, ayudando a toda esta gente. No fue fácil el camino, me comí 28 cirugías y fui pasando miles de etapas. Me fueron cerrando puertas, me golpeé y fui aprendiendo una historia nueva porque en un abrir y cerrar de ojos pasé de un lado al otro. Pero el laburo fue mi mejor rehabilitación", explica Gustavo mientras carga una nueva silla anfibia a la camioneta para llevarla a la ciudad de Cinco Saltos, donde alguien más tendrá la oportunidad de enfrentar las olas desde adentro.

¿Encaraste todo con optimismo desde un primer momento?

No, me costó porque la cabeza me daba vueltas a 5 mil kilómetros por hora. Me dolía el pie que no tenía, el tobillo que no tenía y el médico me contó que eso se llama el "Síndrome del miembro fantasma" y para evitarlo tenía que tener la mente ocupada. Ahí empecé a trabajar con mi papá. Hicimos mi prótesis entre los dos y fuimos generando los recursos para hacer otras cosas con pequeños laburos.

¿Qué fue lo primero que hiciste después de tu prótesis?

Hicimos la primera plaza integradora del país con juegos para discapacitados, hasta hay un "sube y baja" para silla de ruedas. Vendimos varias y después empezamos a pensar cosas para el agua y llegamos a la silla anfibia.

¿Cómo la armaron?

Buscamos diseños con mi papá, vimos una que nos gustó y la fuimos reformando. Hicimos como hacen los japoneses: copiamos y mejoramos. Mientras tanto iba haciendo pequeños trabajos que me generaban un ingreso para invertir acá. Hasta que llegamos al diseño final nos gastamos el valor de una camioneta y media.

¿Hoy vivís de esto?

Ufff, ese es un tema difícil. Me gustaría tener más ayuda del estado porque las sillas son muy caras, cuestan casi 50 mil pesos y la gente no puede comprarlas. Hubo proyectos para que cada balneario tenga una pero avanza muy de a poco. Yo no quiero que el Gobierno me de plata, sólo que escuchen mi historia y me den un empujón. Porque está comprobado que por cada discapacitado en una playa hay cinco personas más que también consumen. Yo la plata la puedo hacer laburando, pero tendrían que llevar esto a cada balneario.

 

 

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